Pensando en mi madre

Mi madre no fue siempre la mejor madre del mundo.  Muchas veces fue inmadura, irresponsable, insegura, egoista, vanidosa, materialista, impaciente, caprichosa a pesar de aparentar que era todo lo contrario.  Fue siempre una artista con poca audiencia, una mujer bella de envidiable figura.  

Mi madre fue mi amiga casi siempre, muchas veces fue mi peor enemiga.  Me adoraba en mi juventud, y otras veces, cuando ya mayor, me hizo sentir muy desolada y abandonada.  Mi madre nunca quiso saber de los problemas de nadie.  Era muy peculiar.  

Nunca pude comprender muchas cosas de su manera de ver la vida. De sus cambios de humor repentinos, de sus llantos continuos, era de pocos amigos, nunca nada la contentaba. Se hizo exigente y majadera, de personalidad conflictiva, controladora, desconfiada.   Fumaba dos cajetillas diarias. Tomaba docenas de tacitas de "cafecito". 

La muerte de mi madre fue la peor tragedia de mi vida.  No fue su vida.  Fue su partida. Fue cuando pude entender las preguntas sin respuestas, fue cuando pude encontrar las piezas faltantes del rompecabezas de la historia de una mujer que tuvo seis hijos y muchos momentos terribles en su vida. Mi madre, mujer incomprendida, como muchas madres de amor no correspondida. 

Y recordando hoy como casi siempre, desde su mudanza a la otra vida, vienen muchos momentos a mi mente... en 1969 cuando yo era una adolescente agrandada me dejó llenar las paredes del garage y las de mi habitación de cientos de recortes de revista y la cara interna de los armarios (y a veces la externa) con posters de mis artistas favoritos.  Y el uso de mini-faldas.

Y también hizo que sus amigas americanas me prestaran sus mejores galas y vestidos para las fiestas a las que personas con mucho dinero me invitaban, porque mis vestidos de fiesta eran anticuados y pasados de moda.

Y los domingos, cuando no se cocinaba en casa por falta de empleada, mi madre siempre preparaba los mejores desayunos, con sus "huevos a la redondela" como le llamaba a los huevos revueltos y sus maravillosos panqueques con la miel de molazas que mi padre compraba en sus viajes a Miami y a Los Angeles. 

Y siempre tocaba el piano, y todos con ella cantamos, canciones de aquellos tiempos, lindas baladas. 

Y en casa siempre tuvimos perros, porque ella amaba a los animales, y a veces yo de mayor tuve celos del tiempo que a ellos les dedicaba.

Y mi madre supo hacer amistad con los altos empresarios, y la gente de dinero, y conversar con los pobres y ayudar al mendigo, abrazar a los ancianos y no ver la diferencia, porque era humana y humanitaria como mi abuela paterna.

Y cuando llevaba de improvisto o no, amigos y desconocidos con hambre a comer a casa, nunca me preguntaba quien era, por qué ni hasta cuando, solo preguntaba si a mi amigo le gustará el lomito saltado y si no iba a ser molestia que nos ayudara a lavar los platos en la cocina.

Y hoy cuando mi esposo me prepara el pure de papas, siempre me recuerda que fue mi madre la maestra (mi esposo es chef, por si acaso), pero fue mi madre la que muchas veces de regalo le dictaba sus recetas caseras, mejores que las de los libros de cocina. Porque mi madre hizo siempre con sus manos maravillas en la cocina. Milagros con el presupuesto. Nos hizo vestidos en la primavera y colchas tejidas a sus nietos. 

Y mi madre nunca me dijo nada sobre mi obsesión por ayudar a las familias, sino que buscaba en sus bolsillos todas las monedas, y en sus carteras, y en sus lugares secretos, para colaborar con mis causas y metas.  Y yo por estar ocupada en "mis cosas" no estuve con ella en sus horas finales.  

Y hoy me parece oirla en la soledad de mi alcoba, mi madre se ríe con las ganas de siempre y le hacen mucha gracia mis chistes largos, y me abraza y me acaricia, se le llena la cara de llanto porque sufre en la misma medida, tiene muchas dolencias y enfermedades, toda una vida deprimida y llena de torturas mentales, y yo, indiferente, incauta, inmadura, no la entiendo, soy joven, tengo otros problemas, tengo otras obligaciones, porque la vida a veces tarda en darnos sus duras y edificantes lecciones.  A mi madre le duelen las grandes catástrofes del mundo, el dolor de los que se quedan, le duele todo el cuerpo, la distancia de sus seres amados, le duelen los pies, le duelen dos uñeros, le tiene celos a las esposas de sus hijos, se siente molesta desde hace mucho tiempo porque nadie la comprende. 

Y sin embargo, hoy me doy cuenta de tantas cosas, de que muchas veces, fue mi madre la única persona capaz de convencerme de que los problemas  de la vida no tienen tanta importancia, que todo tiene arreglo menos la muerte.  Y muchas veces cuando me hablaba de Dios y la Biblia no quise ni siquiera entender lo que con tanto amor me brindaba en cada una de sus palabras. 

Mi madre no fue muchas veces la mejor madre del mundo, pero fue mi madre, y hoy comprendo tantas cosas, y le pido que me perdone lo dura que fui con ella muchas veces.   Hoy en mi lecho enferma, le pido mil perdones cada vez que la recuerdo. 

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