La hermana madre

A menudo olvidamos que los hijos aprenden los valores de lo que los padres SOMOS, no de lo que DECIMOS. El ejemplo es lo que te va marcando.  Las palabras se las lleva el viento.  De familias de gritones, hijos gritones, de padres desatinados, hijos desatinados. 

La muy pesada carga de ser la hermana que se convierte en la madre y el padre de sus hermanitos menores (sin darse cuenta). 

Muchos hijos asumen roles y funciones distintas que les pertenecen.  Y  además el hijo o hija parental tiene mucho poder en la familia, se le ha dado implícitamente toda la autoridad para manejarla, sus funciones son proteger a sus padres y hermanos y solucionar una buena cantidad de asuntos relativos a ellos. En mi historia la hija mayor se vuelve la madre y padre de sus padres y hermanos, la proveedora del hogar, la responsible, y la carga emocional la va rompiendo con el tiempo.  Separando de otros seres muy importantes de su futuros, sus hijos que no comprenden porque una Hermana puede amar y preocuparse tanto por sus hermanos.  Empiezan los celos, la competencia, la rivalidad, los pleitos, las calumnias, las separaciones, las preferencias.   Es in rollo que se ve a cada rato en muchos hogares de divorciados con hijos de sus anteriores matrimonios y sus nuevos medios-hermanos.    

El hijo o hija parental suele ser una persona muy madura, fuerte y responsable, se da cuenta que sus padres son inmaduros, e inconcientemente se hace cargo de la familia, para ocupar esta función, reemplazando a quienes suelen ser débiles, dependientes, inmaduros, temerosos, inseguros o con muchos conflictos emocionales o de personalidad. También puede surgir un hijo parental cuando uno de los padres tiene una importante enfermedad física o discapacidad. Tomar el rol de hijo parental es producto de un acuerdo inconsciente e implícito entre el hijo y los padres. Por lo general, nunca se ha hablado al respecto, simplemente el hijo percibe a un padre, madre o a ambos, incapaces de hacerse cargo de su propia vida y de la de sus hermanos; entonces, sin darse cuenta, el hijo toma la batuta y el padre gustoso se la entrega.

No significa que de pronto el hijo decidió tomar ese rol, la mayoría de las veces ni siquiera es consciente de que lo tiene, surge como un mecanismo de compensación para mantener la homeostasis o equilibrio en la familia. El hijo parental presenta comportamientos característicos: cuida a sus hermanos, les da consejos, los reprende, está convencido de que debe ser su ejemplo a seguir; cuida también a sus padres, los regaña, les indica cómo educar a sus hermanos y qué permisos concederles; toma además decisiones importantes en casa: recibe las quejas del padre o madre acerca de las faltas de su cónyuge y se siente obligado a dar apoyo y consejo al respecto. Pero por dentro este hijo vive en tal grado de tensión que sólo quien ha estado en ese lugar puede comprender.

Recuerdo el caso de Natalia, de 12 años, que se en-cargaba literalmente de que sus dos hermanos pequeños hicieran las tareas escolares, comieran, se vistieran, todo ello bajo la inatenta mirada de su madre con una botella de alcohol en el sillón de la casa. ¡Y pobres de sus hermanos si no lo hacían!

Por otra parte, en ocasiones escuchamos que los pequeños son “el hombre o la mujer de la casa” cuando los progenitores se separan o cuando se van de viaje. Pero como dice Martha, nunca un hijo es el hombre o la mujer de la casa; si en esa familia por cualquier razón no hay esposo o esposa de modo definitivo o temporal, simplemente no hay hombre o mujer de la casa. Los hijos no deben, no pueden, no les corresponde ocupar ese lugar cuando está vacío, está vacío y punto; el hijo es el hijo y nunca será, ni tiene por qué serlo, el sustituto del padre o la madre ausente. La inseguridad, el miedo a la soledad, pueden llevar a los padres y madres a actuar de esta manera (y con ello no decimos que si en algún momento lo hemos dicho sea una barbaridad, sino que el problema aparece cuando se hace de manera reiterada y el niño o niña acaban asumiendo esa función).

Hace unos días una adolescente me decía que tenía un dilema a la hora de decidir con quien se iría a vivir tras la separación de sus padres porque su madre la martirizaba continuamente recordándole lo mucho que se parecia a su padre, pero éste le decía cada vez que tenía ocasión que tendría que quedarse a vivir con él porque así sería la mujercita de la casa (y él obviaba lo que la menor decía de…y con ello, hacer la comida, poner la lavadora, comprar..)

El compromiso sagrado

Ser padre o ser madre es el más honroso y sagrado compromiso que adquirimos con la vida, compromiso que algunos deciden no cumplir, abandonando física, material o emocionalmente a sus hijos; compromiso que otros deciden cumplir quejándose, lamentándose y reclamando a sus hijos por todos los sacrificios, el dinero gastado, el esfuerzo hecho día con día, compromiso que otros, por desgracia los menos, cumplen amorosamente aun con todas sus limitaciones, agobios y errores.

El dar es siempre en sentido descendente, es decir, desde las generaciones mayores hacia las generaciones que le siguen, y un padre no tiene derecho a reclamar a sus hijos por todo lo que les da.

Dice Martha: “he visto muchas madres solteras, viudas o divorciadas, reclamando que no se volvieron a casar por sacarlos adelante; madres amargadas reprochando que dedicaron su juventud a ellos, desgastando sus cuerpos y sus energías por su causa. También he oído a padres frustrados que casi llevan una lista de lo que han gastado en mantenerlos y lo duro que trabajan para ellos; padres que siempre dan el dinero de mala gana, acompañado con una retahila de reclamos, condiciones o amenazas; y a madres que le dicen a la hija que está a punto de casarse o irse de viaje: "Una los cría, se sacrifica por ustedes, da la vida por ustedes y, de pronto, así de fácil se van y nos dejan solos".”

En definitiva, nadie dijo que ser padre o madre fuera fácil. Y no se trata de juzgar lo mal que lo hacen unos u otras, o de estigmatizar a aquellas personas que por razones injustas no tuvieron la oportunidad de tener una infancia y una adolescencia felices dificultando con ello una competencia parental adecuada. Lo que importa es el darse cuenta pronto, por uno/a mismo/a o con ayuda de profesionales. El cambio en positivo merece la pena para niños y grandes.

Y por supuesto que se puede rechazar y querer al mismo tiempo a un hijo o una hija aunque sea difícil de creer si no se tienen en cuenta las historias personales de cada uno/a.

Comments